Pero en una de ellas me dijeron que serían muy sinceros conmigo y que no había puestos vacantes por lo que no contratarían a ningún becario. ¿Y adivina qué? Esa era la agencia que más me había gustado. Todo el mundo a mi alrededor me decía lo importante que era entrar de becario, ya que era la forma de casi asegurarte un contrato. Todo para que me olvidase de la agencia que ya me había dicho que eso no ocurriría. Pero a mí, a mí me encantaba aquella agencia. Era la mejor, trabajaban con unas cuentas que me fascinaban. Así que pensé: da igual Vanessa vas a aprender mucho. Y aposté por aquella empresa. Al día siguiente me dijeron que estaba seleccionada y que empezaba las prácticas. Bueno… Estaba entusiasmada (aunque mi madre no tanto). Mis compañeros no entendían cómo podía desperdiciar una posibilidad de quedarme en una agencia después de las prácticas. Pues sí. Estaba convencida de hacer las prácticas en la agencia que yo quería. Y empecé la beca.

Quería aprender de todo, hasta el más mínimo detalle. Me impliqué como si me estuviera jugando un ascenso. Le eché ganas y esfuerzo y ¿sabes lo mejor? Que lo hacía encantada, disfrutaba de todo aquello, aunque sabía que tenía fecha de fin. Lo aproveché al máximo. Pero esto no queda aquí. Antes de acabar las prácticas, a los tres meses para ser más exacta. Tenía un contrato laboral en la agencia. Sí, sí, en la que me dijeron que no había posibilidades. ¿Será que se juntaron los astros aquel día? No sé, pero me sentí feliz.

Lo que sí sé es que esa decisión me enseño que, si trabajas dando el máximo, no te rindes y eres optimista puedes marcar la diferencia. Quizá aquello me definió de por vida y por ello soy como soy. No lo sé.